Un día llegué a San Juan para re-encontrarme con la
tierra que me vio llegar por primera vez en el 2005 y por segunda vez en el
2010.
Ocho años atrás me encontraba comiendo en ese
bodegón tan conocido del centro, esquina mítica sanjuanina, junto a papá y
mamá. Todavía recuerdo la empanada de carne frita de la que chorreaban sus
jugos y el locro cremoso que maridaba perfecto con las críticas de mi viejo
alegando que no había uno mejor que el de mi progenitora. Tenía razón.
Igualmente éste que estábamos comiendo era buenísimo. Pero la vieja, es la vieja.
Allá por el 2010 pasé de vuelta por esta provincia
para festejar el Bicentenario de una forma más especial: lejos de Buenos Aires.
Terminé probando los mismos platos que comí con mi viejo (quien ya no estaba). Esa
fue mi manera de recordarlo.
Pero esa vez decidí crear nuevos recuerdos, como ser
la magnífica noche en el Observatorio Félix Aguilar del Parque Pampa El
Leoncito, en plena luna llena, vibrando de frío y emoción, viendo los cráteres
de nuestro satélite natural mientras que charlábamos en un momento íntimo, casi
como si fuésemos amigos, sobre estrellas, sueños, soledades y cometas.
Este
nuevo viaje por San Juan durante el inicio de la primavera pasada fue, sin dudas, un
viaje revelador. No por la provincia. Por mí. Por lo que siento. Por lo que
quiero a mi país.
Atrás
de cada duna, a la sombra de algún arbusto seco, bajo el reflejo de la luna, me
crucé siempre con una sensación. Un desierto que crece entre medio de comidas,
personajes, historias, memorias, sueños y deseos.
Noté
en este viaje una característica en común con el anterior, el comportamiento de
la gente. Gente que dice mucho de sí misma. Gente que quiere ver crecer su
lugar. Gente que confía en su país. Gente que cree en la gente.
Porque te puede gustar el trekking en el Dique Quebrada de Ullum o no. Pero la hospitalidad del local
es muy distinta a otros lugares donde el turismo está explotado de forma
constante. La sensación de estar cerca de tu casa porque los sanjuaninos te
hacen sentir un familiar más es indescriptible.
Me pasó lo mismo con la
bodega subterránea en la zona de El Zonda. Da igual si te gusta el vino
espumante, la cerveza o el agua mineral. Risas garantizadas con un comediante
que bien puede ganarse la vida parado en un escenario haciendo un monólogo de
media hora y contando chistes. Seamos sinceros, los vinos te los comprás donde
querés, pero el repositor del supermercado dudo que te robe una sonrisa como lo
hizo este personaje del que todos seguimos hablando la media hora siguiente.
Cuando te dicen que existen molinos harineros en
Jáchal en funcionamiento, no te aclaran con quien te vas a cruzar. Dionisio, el
cuidador del molino es la historia viva de Jáchal. Por algunos instantes le
miraba las manos y entendía las líneas vividas que demostraban sus marcas del
paso del tiempo, combinadas con las palabras de un hombre que ama lo que hace,
cuidar a su propia tierra. Recuerdo decirle a un guía que nos acompañaba entre
los relatos: “Ojalá Dionisio viva mil años porque estos molinos funcionan
gracias al amor que le pone este hombre”… Y sí… Todo funciona en armonía cuando
uno realmente está enamorado de algo.
Si por casualidad tenés la suerte de conocer el
Parque Nacional Ischigualasto, te recomendaría que vayas y disfrutes del
silencio. Quizás así puedas apreciar lo inmensamente perfecto de ese paisaje
moldeado durante millones de años para vos. A veces no es necesario poner en
palabras lo que miles de generaciones no lograron describir con la combinación
de letras de nuestro abecedario…
El Guerrillero Culinario
2 comentarios:
Qué lindas palabras! Cuando vuelvas a San Juan, en la Zonda, próximo a Villa Tacú, tenés que probar el asado de mamón y vino tinto en lo de María Eva.
¡Ale! El próximo viaje en el país seguramente sea San Juan, Catamarca y La Rioja, o el NOA... veremos... Si vamos para Cuyo sigo tu consejo! =) Gracias
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