miércoles, 9 de abril de 2014

Un Guerrillero sensible recorriendo San Juan

Un día llegué a San Juan para re-encontrarme con la tierra que me vio llegar por primera vez en el 2005 y por segunda vez en el 2010.

Ocho años atrás me encontraba comiendo en ese bodegón tan conocido del centro, esquina mítica sanjuanina, junto a papá y mamá. Todavía recuerdo la empanada de carne frita de la que chorreaban sus jugos y el locro cremoso que maridaba perfecto con las críticas de mi viejo alegando que no había uno mejor que el de mi progenitora. Tenía razón. Igualmente éste que estábamos comiendo era buenísimo. Pero la vieja, es la vieja.

Allá por el 2010 pasé de vuelta por esta provincia para festejar el Bicentenario de una forma más especial: lejos de Buenos Aires. Terminé probando los mismos platos que comí con mi viejo (quien ya no estaba). Esa fue mi manera de recordarlo.

Pero esa vez decidí crear nuevos recuerdos, como ser la magnífica noche en el Observatorio Félix Aguilar del Parque Pampa El Leoncito, en plena luna llena, vibrando de frío y emoción, viendo los cráteres de nuestro satélite natural mientras que charlábamos en un momento íntimo, casi como si fuésemos amigos, sobre estrellas, sueños, soledades y cometas.

Este nuevo viaje por San Juan durante el inicio de la primavera pasada fue, sin dudas, un viaje revelador. No por la provincia. Por mí. Por lo que siento. Por lo que quiero a mi país.

Atrás de cada duna, a la sombra de algún arbusto seco, bajo el reflejo de la luna, me crucé siempre con una sensación. Un desierto que crece entre medio de comidas, personajes, historias, memorias, sueños y deseos.

Noté en este viaje una característica en común con el anterior, el comportamiento de la gente. Gente que dice mucho de sí misma. Gente que quiere ver crecer su lugar. Gente que confía en su país. Gente que cree en la gente.

Porque te puede gustar el trekking en el Dique Quebrada de Ullum o no. Pero la hospitalidad del local es muy distinta a otros lugares donde el turismo está explotado de forma constante. La sensación de estar cerca de tu casa porque los sanjuaninos te hacen sentir un familiar más es indescriptible.

Me pasó lo mismo con la bodega subterránea en la zona de El Zonda. Da igual si te gusta el vino espumante, la cerveza o el agua mineral. Risas garantizadas con un comediante que bien puede ganarse la vida parado en un escenario haciendo un monólogo de media hora y contando chistes. Seamos sinceros, los vinos te los comprás donde querés, pero el repositor del supermercado dudo que te robe una sonrisa como lo hizo este personaje del que todos seguimos hablando la media hora siguiente.

Cuando te dicen que existen molinos harineros en Jáchal en funcionamiento, no te aclaran con quien te vas a cruzar. Dionisio, el cuidador del molino es la historia viva de Jáchal. Por algunos instantes le miraba las manos y entendía las líneas vividas que demostraban sus marcas del paso del tiempo, combinadas con las palabras de un hombre que ama lo que hace, cuidar a su propia tierra. Recuerdo decirle a un guía que nos acompañaba entre los relatos: “Ojalá Dionisio viva mil años porque estos molinos funcionan gracias al amor que le pone este hombre”… Y sí… Todo funciona en armonía cuando uno realmente está enamorado de algo.

Si por casualidad tenés la suerte de conocer el Parque Nacional Ischigualasto, te recomendaría que vayas y disfrutes del silencio. Quizás así puedas apreciar lo inmensamente perfecto de ese paisaje moldeado durante millones de años para vos. A veces no es necesario poner en palabras lo que miles de generaciones no lograron describir con la combinación de letras de nuestro abecedario…


El Guerrillero Culinario

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2 comentarios:

Unknown dijo...

Qué lindas palabras! Cuando vuelvas a San Juan, en la Zonda, próximo a Villa Tacú, tenés que probar el asado de mamón y vino tinto en lo de María Eva.

Unknown dijo...

¡Ale! El próximo viaje en el país seguramente sea San Juan, Catamarca y La Rioja, o el NOA... veremos... Si vamos para Cuyo sigo tu consejo! =) Gracias