Y de repente entra a ese mundo un pibe de barrio, un cocinero con alma de Rockstar fanático del Fernet con Coca Cola, las milanesas calzado 46 y los bodegones con aromas antiguos para contarles la verdad sobre el mito urbano de las degustaciones; confirmando que asistir a una degustación no tiene porqué ser un evento acartonado ni una charla exclusivamente técnica.
Quedó bien claro en la degustación de vinos de Bodega Gimenez Riili que se desarrolló en el restaurante Aldo's, a pasos de la casa rosada. Cualquiera podría sentirse intimidado por la cantidad de mozos, todos de punta-en-blanco, deslizándose por el salón de una decoración cuidada al extremo (dentro del estilo elegido) con un salón acorralado por centenares de botellas.
Y para sorpresa de la mayoría: hablamos lo mismo que habla la gente en una reunión en casa con amigos. Algo de fútbol, algo de política, algo de mujeres entre los varones de la mesa, algún que otro comentario sobre buenos vinos que probó cada uno y esa recomendación boca-en-boca tan apreciada por el rubro gastronómico y sí, también hablamos del vino que probamos.
Sería injusto asignarle un valor al vino y rotularlo por cosas tan específicas como descriptores aromáticos que varían de paladar en paladar, de percepción en percepción, y dependen mucho de la historia personal vivida a la hora de disfrutar de cada sabor. Decir que un Syrah tiene aromas o sabores a cuero, higos, carnes de caza o vainilla, ¿nos aporta algo al momento de disfrutarlo?
Algo similar me pasó con el segundo vino tinto degustado (y acá hago la salvedad diciendo "degustado" ya que no me considero un catador; mi experiencia pasa más por el momento y no por el conocimiento técnico del vino). El Malbec Gran Reserva 2007 de la bodega es un vino al que hay que saber prestarle una atención diferente a los demás. A simple vista el vino resultó cerrado en la boca, tal cual ustedes se imagina la definición de cerrado. Un vino al que le costó expresar el potencial. Ese tipo de vinos que tomás y sentís que le falta algo. Mi primer impresión fue esa.
La degustación es darse el tiempo para sentir, para saborear. No es necesario conocer cuanto tiempo estuvo en madera o la época específica en la que se cosechó la uva. Esos son datos que no le servirán de mucho a un público de consumo masivo si después servimos el vino en la copa y lo tragamos. Ese público puede aprender a sentir un vino sin la necesidad de caer en botellas de 100 o 200 pesos.
El vino no se traga. Se disfruta. Y para disfrutarlo necesitamos tiempo. Ese tiempo fue el factor primordial para sentir la evolución del Malbec, uno de esos vinos que, en la medida que la charla se hace cada vez más amena y entretenida, nos acompaña con nuevos sabores, aromas cambiados, al punto se sentir su variación maridada con cada nuevo momento que compartimos en la mesa. Y eso es lo que se hace en las degustaciones. Se prueban los vinos con tiempo y prestándole atención. Nada más que eso.
Sólo tenemos que aprender a disfrutar del momento en casa y lo único que nos hará falta para sentirnos en una degustación como esta, son los mozos, y que alguien ponga el vino.
Agradezco a Martina Salas Sabéz que me invitó a esta degustación de la Bodega Gimenez Riili por haber compartido semejantes vinos. Lástima que del Syrah no haya quedado nada disponible. Un vino para sorprender desde el inexperto hasta el más fanático.


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