jueves, 16 de diciembre de 2010

Reflexiones y posturas invertidas

Viene fin de año y todo el mundo reflexiona. No podía ser menos.

Leyendo blogs, comentarios de restaurantes y críticas gastronómicas siento que todo es opuesto a lo que debería ser. Desde la antigua Roma la comida se tomó como un placer (siempre y cuando tuvieras la suerte de estar entre los agraciados que disfrutaban de las orgías y la alimentos frescos). Y no tiene nada de extraño ya que los placeres están relacionados con las sensaciones. Cualquier cosa nos resulta placentera porque entra a nuestra mente a través de un sentido.

Pero, ¿En qué momento nos transformamos en esos monstruos negativos, disconformistas, aburridos y soberbios?

Hace rato que vengo planteando mi postura en el frente de batalla. Y no es que no acepte la opinión del otro; todo lo contrario, si me puedo nutrir de conocimiento gracias a otras opiniones me siento bien. Pero noto que hay demasiado resentimiento en los comentarios de la gente, y ni hablar del nivel de exigencia que se pone a los restaurantes desde los bodegones hasta los restaurantes de hoteles cinco estrellas. Pareciera que si uno no es atendido como en La Bourgogne el restaurante a la vuelta de casa ya no es digno de visitar. ¿Tan excelentes comensales nos creemos que nos situamos a esa altura para criticar con soberbia?

Para ejemplificar, un usuario de Guía Oleo hace su descargo frente a una parrilla de Villa Crespo: “…Esperamos afuera, pero pasada la hora, entraba gente que estaba anotada mucho despues que nosotros. Cuando pregunte el porque de lo sucedido, uno de los mozos, de manera muy descortes, me cerro la puerta en la cara sin darme explicaciones. Por lo expuesto les recomiendo no ir nunca a comer a este lugar, la atencion es malisima, descortes, maleducada y por los comentarios de la gente que salia, la comida estaba recalentada.”. El comentario resulta gracioso, primero porque critica la comida sin haberla probado, segundo porque si se quedó toda la noche para tomar nota y entrevistar a la gente (como si creyera que es Julio Bazán) es un boludo ¿O me parece a mi?.

Sobre un comentario en un restaurante coreano de Flores, “…si van no pidan el mega menú, no es gran cosa son mil cosas pero todo medio barato e igual (arroz, croquetitas, muy poco de pescado, fideos) Es bastante caro para lo que ofrecen y sobró muchísimo y no nos dejaron llevarlo”. Si uno toma en cuenta que un Risotto (que no es más que arroz, manteca, algún que otro ingrediente y queso) te puede costar $90 en cualquier buen restaurante italiano (de nivel), considerar que es caro porque es solamente arroz, es un reflexión de un chico de 5 años. Por otro lado, si el menú es libre, uno puede elegir repetir lo que quiere, es obvio que no van a dejar llevarse a la casa nada de lo que sobra. O pensabas ir a una pizzería a comer y llevarte 20 porciones para tu casa, freezer y al sobre.

Hay una línea imaginaria muy difícil de manejar entre la comida típica de un país y la adaptación al sabor del país donde se está sirviendo. Es algo que siempre digo, o uno ofrece una gastronomía que refleje el 100% del sabor clásico en su origen o adapta las cosas. La gente igualmente va a estar disconforme. Ir a comer a un restaurante tailandés y pedir curry y decir que “los curris principales extremadamente picantes al punto de no dejar saborear la comida” es como ser vegetariano y entrar a una parrilla a quejarse que sólo tienen un provoleta y ensalada de lechuga y tomate. Un curry indio puede picar o no, un curry tailandés pica, siempre, algunos mucho, otros muchísimo. Eso demuestra algo. En términos generales, hay muy poco paladar en este país.

Ser periodista gastronómico tiene responsabilidades tan importantes como ser cualquier otro tipo de periodista. Y no estoy diciendo que yo sea periodista gastronómico, por si alguien después aparece con el dedo señalador en típica posición “te odio porque te creés algo que no sos”. Estoy hablándoles a todos los periodistas gastronómicos, que están por encima de los miles de bloggers que escriben sobre gastronomía. Sean un poco más sinceros. Cuando hablo de sinceridad, hablo de posts como este, donde Juan Carlos Fola admite que tiene amigos dentro de las cocinas de ciertos restaurantes. ¿Y qué tiene de malo tener amigos y ser periodista gastronómico? La imparcialidad es casi un mito, porque sea por amistad, por gusto personal o simplemente porque cada momento es una situación especial y subjetiva, uno no puede ser realmente juez. Tampoco hay que ser juez al hablar de un restaurante ¡Vamos, es un restaurante! ¡No estamos hablando de la final de la Eurocopa! Prefiero al que habla bien de un restaurante porque lo conoce, porque es amigo y porque pone las manos en el fuego porque sabe que no se va a quemar hablando bien. Lo prefiero, antes que al periodista al que le pagan por hablar bien de ciertas marcas, que está sponsoreado por todo tipo de productos.

Ya sé (no como vidrio) que en un país donde existe la corrupción hasta para sacar una entrada para el cine no podemos esperar nada de los grandes formadores de opinión. Ahí es donde está el punto, sería buen tener un poco más de humildad. En el rubro existe lo que se llama “prensa”, y no es ni más ni menos que gente que se ocupa de darle información a los periodistas para que ellos la utilicen para desarrollar contenidos (así como también están los que las publican tal cual las recibieron). Hasta ahí no tiene nada de malo, es como pasarle este blog a un amigo y decirle “fijate que ahí hay lugares buenos para ir a comer”; es una recomendación. La raya se cruza cuando algunos periodistas, influenciados por las marcas que los apoyan (o financian) se ciegan y nada más hablan bien de un lugar, de un producto, de un servicio.

Un ejemplo, aunque hay varios, es el de Miguel Brascó. Sin dudas es un tipo con una formación en vinos admirable, lo más probable es que con unas gotitas de su sangre dentro de un carburador de un Turismo Carretera puedas arrancar el auto en frío. Tampoco es criticable su forma de hablar y expresarse, la autosuperación y la altanería, en definitiva, son parte de un personaje interesante para la cultura gastronómica; por suerte todos somos distintos y eso nos da un lugar especial para que cada lector pueda apreciar las cosas desde diferentes puntos de vista. No obstante creo que es cuestionable que todo lo que admira Miguel gira alrededor de 5 o 6 bodegas, mientras que el resto, las otras 500, no merecen la razón de ser. ¿Por qué hablar siempre bien de unas pocas bodegas? Eso es cruzar la raya. Tarde o temprano la gente se da cuenta.

También es cansador cuando el trabajo se hace apurado y se envía a todos los medios la misma información, entonces, de repente, todos hablan del yogurt helado, y después de ver que Pink Frost está en cuanta revista de mujer, cocina, bebida, aerolínea, automotores, empiezo a tener mis dudas en creer si realmente es rico o si capaz nadie lo probó pero todos lo recomiendan. No voy a decir que sea malo, porque no lo probé, pero ¿a veces hay que tener un poco de dignidad y probar las cosas antes de hablar bien de ellas, no?

Hay blogger que se comporta como un vegetariano estricto, integrantes de una secta con la misiva metida en la cabeza como si fueran fundamentalistas del Islam. Pareciera que mantener una postura a rajatabla reafirma el poder de la palabra, como si admitir que hay otra opción viable es perder dignidad. Hace unas semanas entablé una charla con dos vegetarianas, y para mi sorpresa, fueron mucho más abiertas y razonables que todos los vegetarianos que conocía. Fuera de estas dos vegetarianas, me suelo llevar mal con el resto. Ser vegetariano es una creencia personal, no un adoctrinamiento semidictatorial que desmerece cualquier opinión ajena. Y no es una coincidencia que los pocos vegetarianos que hay sean tan cerrados, porque es una forma de ser típica de Buenos Aires. Gracias a la proliferación de foros de cualquier índole, la gente empezó a escribir y mantener su postura ante cosas tan simples como comer un miserable choripán, discutiendo de forma tal que, pareciera, habláramos de la legalización del aborto y la pena de muerte. Hay estudios que dicen que el 99% de las cosas que consumimos provocan cancer, y al mes aparecen estudios que vetan este decreto, y posteriormente otro estudio de una universidad en una ciudad tan perdida que no aparece en googlemaps nos vuelve a decir lo mismo. Y están los que se cuelgan de esas cosas para querer hacernos daño, como si hacer infeliz al otro los hiciera felices a ellos.

Somos el resultado de las tensiones que vivimos todos los días. Si caminamos por Florida o Lavalle a las 14hs, llegamos a la oficina y odiamos a todo el mundo. Eso se traslada al placer. Pareciera que ya nadie hace el amor sino que se sacan las ganas. La naturaleza (o Dios, depende de si seas creyente o no) nos dio semejante conjunto de sensores capaces de hacernos disfrutar hasta en la más simple situación. Y nosotros lo dejamos pasar. Para colmo sólo hacemos uso de esa red de sentidos en los momentos que nos duele, nos hace mal, sufrimos. Capaz por esta actitud entenderíamos qué le pasa a la gente cuando habla de restaurantes o de comidas en general con tanto odio, tanta bronca, tanto recelo.

También está muy bien explicado en el capítulo de Los Simpsons cuando Homero es crítico gastronómico. Muy bien expresado. Me siento muy identificado con el primer personaje de Homero, un tipo común y corriente que apenas sabe escribir (tiene errores, usa siempre las mismas palabras y odia a su vecino) pero que tiene la capacidad de disfrutar de cualquier comida, y seguramente como explicaba Tony Bourdain en uno de sus libros, la comida sabe a lo que nosotros recordamos, a nuestro conjunto de sensaciones y situaciones pasadas. Después Homero cambia y pasa a ser el estereotipo del crítico gastronómico. Un tipo frío, distante, engreído y altanero. ¿Es eso lo que queremos? ¿Es eso lo que quieren los comentaristas de las guías de gastronomía, los bloggers y periodistas gastronómicos? ¿Ser crítico implica basurear, odiar, y mirar por encima del hombro como si uno fuera el Todopoderoso?

Hoy en día vende más el odio que el amor, vende más la amargura que la alegría. No sé ustedes, pero una vida de odio hacia la comida es una vida de resentimiento hacia nuestros placeres más básicos. Por suerte escribo porque me gusta, como porque me gusta más que escribir y recomiendo porque me gusta recomendar lo que como. Son formas de ver las cosas; si me invitan a un lugar a comer, y la comida no me gusta, o si voy por mi cuenta y caigo en uno de esos bolichitos nuevos de Palermo atendidos por centroamericanos inexpertos, y lo que como es una basura, tengo dos caminos, o le hago un descargo al dueño, o me voy. Pero ¿qué gano en defenestrarlos? ¿cuán más rápido cerrarán porque yo hable mal de ellos? Si estás en tu laburo, con ganas de colgar a tu jefe o inmolarte en la planta baja donde están manifestando hace 3 horas los chicos del Partido Obrero, ¿te hace feliz leer odio y resentimiento?

Si cuando comes un asado entre amigos, el perro que te salta y te mancha el pantalón, tomás Cinzano con soda medio caliente, la cerveza ya perdió un poco el gas, al rayo del sol con 34º de térmica, la humedad sobrepasa el 99%, con mosquitos a rayas blancas y negras que transmiten desde Dengue hasta Ébola, se te llena de olor a parrilla la ropa… si ese escenario es suficiente para pasarla bien y desear durante toda la semana volver a vivirlo… Entonces… ¿de qué nos quejamos cuando salimos a comer afuera?




El Guerrillero Culinario


10 comentarios:

Anónimo dijo...

Intentar definir si una opinión es más o menos fuerte, más o menos quejosa, es tan difícil como establecer qué debe tener un risotto. Sí podemos decir que un risotto es una forma de cocinar el arroz y, al menos, debe respetar tres o cuatro reglas que lo fundamentan: tipo de arroz, la manteca, el queso, forma de cocción y demás. Pero nadie puede establecer que el risotto debe tener hongos, conejo o cerdo. No es posible. Como no es posible definir si tu opinión o la de la guía michelin son válidas. Mi forma de cocinar los sorrentinos de osobuco al malbec es así, de esta forma, con la masa hecha de tal forma, la carne cocinada de tal manera. Juzgar esto es imposible. Hasta creo imposible juzgar la buena o mala atención, ya que también es algo subjetivo. Lo que sí me gusta de estos juicios es el show que representan, escribir críticas gastronómicas es un show muy interesante, donde puedo o no compartir gustos, donde cada dos por tres se me dibuja una sonrisa por alguna comparación tuya. Con esto que diré tampoco descubro América (ya la descubrió Américo Vesp... esteeeee... perdón, Colón), la única forma de saber si un restorán es bueno es ir, sentarse, comer y beber. Y pagar, por supuesto, no como un tío mío que siempre se olvida de esa parte.
Me resulta muy interesante este blog y leo asiduamente. ¡Salud!
Federico.

Unknown dijo...

Mi reflexión fue más hacia esa forma que últimamente tiene la gente al quejarse sin siquiera saber porqué se están quejando. Capaz es por eso que da igual como el restaurante (o el chef) ofrezca la comida, siempre alguien se va a quejar.

Me pasó varias veces escuchar a amigos que critican un restaurante de comida italiana y lo comparan con otro. Yo, mutis por el foro, me hago el boludo y no digo nada. Yo que sé. Ambos restaurantes no son italianos, o al menos nunca comí esos platos en ninguna ciudad italiana. ¿Pero qué les voy a decir? En definitiva, ¿cuál sería el parámetro para criticar un plato? Como bien decís, un plato puede tener más o menos ingredientes, cocciones diferentes, y no existiría nunca una forma objetiva de criticarlo, porque hay tantas salsa boloñesas como cocineros en la región de Emilia-Romaña.

Me alegra que te guste el blog, la idea siempre fue presentar crónicas y no críticas, creo que la crónica puede ser constructiva y, a su vez, ayuda a que uno lea algo durante 5 o 10 minutos, se entretenga un poco mientras toma un café de la máquina con unas Frutigran. Al fin y al cabo, lo que importa es divertirse.

Un saludo!

Rosy dijo...

La verdad que tenés razón en muchas cosas de las que decís, aunque la palabra odio me resulte un poco excesiva.
Sin embargo también creo que el error no es solo de los comensales pretenciososl.Los chefs, los programas culinarios, los periodístas del género y todos los participantes del mediático mundo gastronómico, con este afán de "gourmetizar" hasta lo imposible, han alimentado este monstruo de la crítica, costumbre casi viciosa de la clase media argentina, en la cual, por supuesto, estoy incluida.
De esta forma todos aquellos que tenemos la suerte de tener cable, internet y podemos salir a comer a un restaurant de vez en cuando, nos creemos poseedores de la "posta" a la hora de qué debe servirse, cómo, cuando y hasta por cuánto.
Por mi parte debo decir que me sentí un poco reflejada con la crónica, pero bueno, pertnezco al mundillo gastronómico y sobre todo, miro mucho canal gourmet y Fox life... supongo que eso me convierte en una crítica más que experimentada!! ;)

Unknown dijo...

Rousis, coincido plenamente con vos. Hace unas semanas vi un capítulo de No Reservations donde Tony hablaba con un par de bloggers de NY y, de repende, mientras el blogger le decía que "acá es el lugar donde hacen la mejor hamburguesa", Tony dice que tan solo es una hamburguesa, es comida, tampoco hay que reflexionar tanto. Pasa en todo aspecto.

El otro día estaba tomando algo en un bar que me gusta mucho (lo tengo entre las crónicas) porque sirven tragos (preferentemente aperitivos) amargos. Hablando con un amigo (también lector del blog) nos sincerábamos diciendo que sabemos diferenciar un vino bueno de uno malo, uno excelente de uno bueno, pero de ahí a tomar y decir que tiene 75% de Malbec de Tupungato y 25% de Cabernet S. de Chacras de Coria, todo bien, pero es demasiado. Y no desmerezco el trabajo del sommelier, me parece perfecto, pero a veces, como consumidores, somos más exigentes de lo que nos merecemos.

Obviamente que las crónicas y las mismas reflexiones que tengo en los textos son cosas con las que me siento identificado, de hecho se que si alguien necesita una muestra para un análisis estadístico del consumidor promedio 25-35 clase media, encajo del primero al último dato. Capaz, a veces intento verme de afuera y ver a los demás con una mirada un poco más objetiva y trato de "parar el carro" (como dice mi vieja) porque esta manía gourmet se nos va de las manos.

Más adelante voy a estar hablando de los programas/realities de gastronomía.

Un saludo!

Lotta Tomelilla dijo...

A mí me gusta salir a comer afuera, y a veces comés bien y otras no (algunas radicalmente "no" jaja) Yo no tengo un blog de lugares a los que fuí a comer, y el que tengo lo estoy pensando reprogramar de otra manera cuando me vuelva "la inspiración"; en mi caso particular si fuera a un lugar y no comiera bien (a veces depende del día también) ni me gastaría en hacer "la crítica destructiva" ;-) ya fué, ¡mala suerte! la próxima será mejor...
Pd: me interesa mucho ese futuro post de programas/realities :-)
¡Saludos!

Anónimo dijo...

Criticar es, o debería serlo, tan sólo un show montado para poder tener una discusión. Y discutir es un placer que no muchos están dispuestos a llevar despojados de enojos o convencimientos mesiánicos. No me molesta en absoluto la crítica del experto tanto como del inexperto. Me considero un experto en fútbol, cocina, offroad, logística, semiología y en muchas cosas más, he llegado a discutir appellidos con sus propietarios. O sea que también soy un experto en genealogía. Y en este mundo subjetivo de los placeres gastronómicos, que esté viva la discusión, la crítica, la aptitud para la ineptitud, sólo sé que no sé nada, pero lo disimulo muy bien. El mayor premio de la discusión es el aprendisaje. Y el saber, el haber aprendido es haber elegido a un buen interlocutor, uno más experto que uno mismo.
Saludos.
Federico.

Anónimo dijo...

Me encantó tu nota,

Podeti dijo...

Excelente.

Maru dijo...

Acabo de encontrar tu blog medio de casualidad. Me pareció excelente, y esta reflexión increíble! ¡Qué manera que hay últimamente de tomarse todo tan a pecho!

Unknown dijo...

Gracias por tu comentario, Maru. :-)