Resaca
para veinte y mi amigo Ibuprofeno en la mesita de luz fue la forma en la que
empecé el sábado previo al día de la madre.
El llamado
de mi madre era para notificarme del horario en el que tenía que hacerme
presente en la casa de mi hermana para viajar a Carlos Keen. No podía decir que
no por la salud de mi mente mientras el lóbulo frontal discutía con los demás a
cada latido del ACV cervecero que se hacía presente.
Carlos
Keen es un pueblito que se encuentra a unos 80km de la Capital Federal yendo
hacia Luján. Ruta 7, camiones y yo cabeceando en el asiento del acompañante mal
reclinado porque atrás venía mi sobrina en el “huevito”. Recomendación: no
intentar dormir colgado del cinturón.
Sí. Me
levanté con más furia que Hulk en las tres películas juntas.
Llegamos
al pueblo y un señor nos convención en ir a La Posta del Camino Real (02323-15-539151)
porque tras recorrer las pocas calles nos dimos cuenta de la cantidad de
lugares cerrados el sábado.
El
pueblito es lindo, muy fotografiable y con la infraestructura necesaria para
miles de comensales hartos del franelita de Palermo o los patios de comidas de
los shoppings.
Este
restaurante familiar tiene una relación precio calidad de esas que te enamoran
como caricia que seca las lágrimas de una tristeza profunda que nace en el
corazón. Sí. Mucha poesía pero por cien mangos tenés todo libre (salvo la
bebida).
La cosa es
así: picada de entrada, excelente mortadella cremosa, salame picantón, queso
poderoso y un jamón crudo digno de paladares modernos. Eso con una panera
compuesta por el pan casero al horno de barro más pornográfico del planeta…
Después te
traen tanto asado como pastas, todo libre, a elección. Salvo los riñoncitos que
estaban medio secos el resto esta excelente. Las pastas bien caseras venían en
tamaño de plato justo como para hacer, como los tanos, primer plato y segundo
plato.
No esperen
mucho de la carta de vinos porque era la típica carta de bodegón, un poco más
reducida de lo normal. La selección es muy clásica, pero para las pretensiones del día campestre está más que bien.
Acá se
come, se levanta uno de la mesa dejando todo (camperas, bolsos y demás objetos
de no-valor) y dispone de su cuerpito lleno de carbohidratos, proteínas y kilos
de grasa para depositarlo en cualquier silla en el exterior y hacer fotosíntesis
para que evitar el infarto masivo, causado por la alimentación desmedida de típica
de nuestra cultura.
Mucho pasto,
mucho verde, mucho mosquito, familias, risas y ganas de vomitar para seguir
comiendo la merienda es lo que vivís durante esas cinco o seis horas que le
dedicás a tu cuerpo para dañarlo y darle cariño en ese ciclo repetitivo común
de todos los domingos.
Llevate el
mate, un kilo de yerba, dos o tres termos grandes o mangueales agua caliente ahí
y dedicate a pasar un día de la madre, o del padre, o del tío, o del
equilibrista de circo, en un lugar con más vida que el patio de tu casa.
Los postres no los describo. Los pueden degustar desde las fotos.
¡Feliz día, vieja!
El Guerrillero Culinario
1 comentario:
Excelente tu blog. Luego seguiré leyendo más. Abrazos.
@Loco_Incurable
Publicar un comentario