Esta
tercera parte (PARTE UNO y PARTE DOS) no intenta ser más que una simple crónica de los momentos gastronómicos
más memorables mi viaje por Mendoza.
Mendoza
tiene, considerando a todas las ciudades del interior del país, uno de los
polos gastronómicos más amplios que conocí. Este abanico de características
nos abre muchas mas posibilidades de éxito ya que cubre las expectativas de
todos los comensales.
Las
bodegas y el turismo internacional llevaron a que muchos Chefs con
reconocimiento a nivel nacional e internacional decidan instalarse en las
cocinas de diferentes productores de vino, que a su vez, también ofrecen
hotelería. Si bien la hotelería y los precios son, en la mayor parte de los
casos, un tanto elevados, tampoco difieren mucho de lo que está costando comer
bien en Buenos Aires o albergarse en un hotel boutique palermitano. Además, si
estamos de vacaciones, tampoco vamos a llenarnos de sentimiento de culpa por
gastar un poco más si podemos llenarnos de buen vino y olvidar nuestras penas y
obligaciones… ¿No?
En mis ya
5 viajes a Mendoza comí en algunas bodegas, no en muchas, pero dentro de lo que
puedo decirles: En todas las bodegas se come bien.
Entonces,
mi recomendación a la hora de elegir es tomar los siguientes dos factores:
1 – Vino:
Ir a comer a la bodega que hace el vino que te gusta. Ese vino que tomás
seguido es el vino que vas a disfrutar en un momento especial, en una situación
muy diferente a las anteriores. Si lográs enamorarte viendo los picos nevados
del Cordón Del Plata, seguramente recuerdes esa sensación tan hermosa como
entregarse por completo a los sentidos, cada vez que vuelvas a probar ese vino
que tanto te gusta.
2 – La
vista: La comida y la bebida se consiguen, claramente, en cualquier lugar del
mundo. Podés irte a Delirium Café en Bruselas y tomarte una Quilmes o ir a Forumen Berlín y tomarte un Gran Medalla de Trapiche. Ni la Quilmes de Bruselas
tiene a tus amigos de la infancia sentados al lado tuyo fumando porro ni el Gran
Medalla en Berlín tiene a las montañas más imponentes de América (y porqué no
decir las más hermosas del mundo). Hoy sigo recordando con excesivo detalle y
exactitud el cuadradito de queso, el cuadradito de membrillo, el Gimenez Riili
Gran Reserva Malbec, a Paloma en ese momento diciendo que ese fue
el vino más rico que probó en toda su vida, a Emilianno Izquierdo acompañándome en ese instante con su cara de placer re-descubriendo lo mejor que tiene la vida, y a las montañas brillando en el
fondo como un espejo de los hermosos sentimientos que florecen por un momento
único, que no se volverá a repetir nunca más.
Si podés
elegir un lugar para comer así. Felicitaciones. Estás siendo feliz.
***
Casi de la
misma forma que los Ingleses, los mendocinos aman ir a los parques. Quedó
demostrado con el Parque Central que, siendo de un tamaño súper considerable,
estaba repleto de gente.
Esas ganas
de estar afuera van acompañadas de un clima muy tentador, ya que las noches son
excelentemente tolerables más allá del calor sufrido al rayo del sol.
No se
puede pretender más gastronomía que algunas empanadas ofrecidas por personajes
como el Hippie/Loco de la Pizzería El Colesterol. Pero vale la pena pasar una
noche disfrutando tan sólo de las estrellas como pecas en una espalda.
Si, en
cambio, preferís una noche con más onda, te subís al auto y enfilás a “la
Arístides”. Arístides Villanueva es la calle, por excelencia, donde vas a
encontrar una oferta gastronómica digna de Cañitas, Palermo o San Telmo.
Entre los
lugares que hay les voy a recomendar un bar al que fui por recomendación de
Emilianno y Francisco, dos guerrilleros culinarios. PH.
Public
House (en el 282 de la Arístides) es un bar donde lo que reina es: coctelería
excelente y gastronomía perfecta. Te lo pueden decir mis papilas gustativas que
probaron ese pinche de pollo teriyaki con timbal de verduras que descocía hasta
la última parte de la lengua.
Te bajan
el Rissotto de lomo y hongos y al primer bocado te vuela la cabeza. Gastronomía
rendidora, platos grandes y sabrosos. Ideales para hacer la digestión y
sumarles alcohol de forma lenta pero continúa.
El mejor
de fue el Chop Suey de langostinos. Sabor pleno. Ya no necesitaba sublimar con
sexo, música, arte… Tenía mi Chop Suey… El mundo se destruía ese mismo día y yo
feliz.
Si querés
probar los tragos de la barra, se dice por ahí que los mejores mojitos de
Mendoza los hacen en este reducto gastronómico. No conozco los demás bares,
pero que aplasta a la mayoría de los bares porteños, de eso estoy seguro.
***
Si querés
cortar un poco con el vino, a unos metros de la bodega Trapiche tenés Beer
Garden, un patio cervecero súper hippie donde la comida básica son empanadas y
pizza, para combinar con cerveza tirada.
Las
empanadas de carne, como toda empanada de carne del interior del país, puedo
decir que es espectacular, jugosa como una naranja en verano. Y de las birras
puedo decir que me sorprendieron. Excelentes cervezas tiradas, tranquilamente
comparables con las Gabrinus, Antares o las caseras de Buena Birra Social Club.
Quizás no fue ni la empanada ni la birra sino estar tirado a la sombra en uno
de los días más felices de mi vida…
***
Por último
les dejo el dato del antro bajonero por excelencia de Mendoza… Papito Barloa…
Con ese nombre, ¿cómo no van a tentarse con ir a comer ahí?
Sobre la avenida
San Martín al 300 te vas a tomar con un reducto apto sólo para entendidos.
Copando unos 40 metros de vereda con sillas e intentando poner mi tonada lo más
mendocina posible para no terminar violado en el fondo del local empezó el
ágape gastronómico basado en UN SOLO producto… Lomitos…
Si tengo
que dar mi postura de cocinero voy a decir que es un simple lomo cocido a la
parrilla con la menor cantidad de control bromatológico existente en el
planeta. Si tengo que dar mi postura de comensal voy a decir que es un lomito
bien grasiento, sabroso, típico de “chegusán de cancha”. Si tengo que dar mi
postura de comunicador gastronómico voy a decir: ¡VAYAN! ¡ESOS LOMITOS LA
ROMPEN! GRASA, SABOR, SIMPLES, BÁSICOS, CON SABOR A CARBÓN QUE QUEMA GRASA A LO
LOCO. ¡¡¡¡SON LO MÁS!!!!
La única
foto que tengo (porque no pensaba pelar la cámara digital ahí) la tomé con el
celular. Sé que no es gran foto (es una porquería, está bien), pero igualmente
no reflejaría lo que fue el momento, íntimo, de comer un lomito en el mítico
antro mendocino que muchos porteños desconocen…
Pudiera seguir contándoles más, pero me gustaría que tomen la ruta 7 y vayan directo a esta hermosa ciudad. Por algo estoy enamorado de Mendoza hace tanto tiempo... Ahora sólo les resta a ustedes abrir sus sentidos y dejar que Mendoza haga lo suyo...
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